Amigas y amigos de las redes sociales:
Vivimos tiempos decisivos. Un triunfo electoral del partido de gobierno profundizaría sus pretensiones hegemónicas. Se acentuaría el ataque al federalismo a través de las políticas de ahogo económico de las provincias. Continuaría el sometimiento del Congreso y de la Justicia. Se seguiría minando la cultura democrática que alienta el debate, la deliberación y el diálogo. Asistiremos a continuidad de la intolerancia, los agravios y la prepotencia causantes de las divisiones que paralizan las capacidades nacionales. Se agravaría el deterioro de las instituciones de la República, la confianza de la ciudadanía y de los agentes económicos. Continuaríamos desaprovechando una oportunidad excepcional no solo para el crecimiento, sino para el desarrollo social y económico. Se postergaría por cuatro años la construcción de un Estado decente, moderno, transparente y eficaz. Seguiría vigente la perversa noción del ejercicio del poder como un fin en sí mismo. Seguiría negándose el problema de la inflación, se seguirían falsificando las estadísticas públicas, continuaría confundiéndose el Estado con el gobierno y los medios de comunicación se consolidarían como agentes de propaganda al servicio del gobierno. Se seguirían limitando las capacidades innovadoras y emprendedoras por el afán centralizador y vigilante. Evitar esto es una obligación de las fuerzas progresistas.
La voluntad de cambio requiere una firme voluntad de ganar, y para ganar son necesarios el diálogo y la capacidad de acuerdos. Resistirnos a la construcción de la gran alternativa nacional, popular y progresista, sería una forma imperdonable de conservadurismo. El camino no es encerrarnos en los distritos que gobernamos, sino llevar nuestro programa a todo el país, e integrar las demandas de nuestra militancia en un proyecto mayoritario. Hay que ampliar la base de sustentación económica y social, y asumir que hay muchos empresarios capaces de acompañar y comprometerse con un proyecto progresista.
El triunfo electoral de 1983 no hubiera sido posible si nos hubiéramos dado por vencidos de antemano, o si Raúl Alfonsín se hubiera preservado para el mediano plazo. Y razones no faltaban: muchos (como sucede hoy) creían invencible al justicialismo. El resultado de esa defección hubiera sido el triunfo de la autoamnistía y del pacto sindical-militar. Y nuestra democracia carecería de su cimiento moral, el NUNCA MAS que honraron todos los pueblos del mundo. Algunas de las fuerzas que hoy convocamos acompañaron entonces al justicialismo, y a la más cruda y grotesca expresión populista en la Provincia de Buenos Aires. Es necesario aprender de la historia.
Estamos por la articulación de electorados diferentes, y su síntesis en un programa que asuma las necesidades de unidad en la heterogeneidad. El primer antecedente de nuestra propuesta es lo que ocurrió en Santa Fe. Allí el radicalismo y el socialismo, con amplitud y en nombre de un interés superior supieron articular tradiciones políticas y electorados diferentes. En 1995, Estévez Boero, Usandizaga y Natale conformaron el embrión de lo que sería el Frente Cívico, que luego sumaría sectores del peronismo y expresiones religiosas, y con ello se garantizó el triunfo de Hermes Binner. Socialistas, radicales y demócrata-progresistas son pilares de las políticas de gobierno. La integración al frente santafecino de diferentes tradiciones políticas no puso en riego el contenido programático del gobierno. Un proceso similar fue el de Lula en Brasil con Alencar como Vicepresidente, el del Frente Amplio en Uruguay, y el de la Concertación chilena y muchos otros ejemplos en Europa llevaron al gobierno a partidos socialdemócratas. Para llegar al gobierno nacional desde un frente programático progresista es necesario que seamos capaces de representar no solo a quienes comparten nuestra identidad, sino a todo el bloque social que se identifica con una visión antihegemónica y republicano. Si para ello es necesario incorporar, en niveles provinciales y municipales, sin sacrificar nuestro programa nacional, a fuerzas sociales y políticas que no necesariamente poseen identidades como las nuestras, no debemos vacilar en hacerlo. Con este espíritu debe entenderse la propuesta de la UCR de la Provincia de Buenos Aires. Dicho sea de paso, estrategias como estas han sido aceptadas, en otras provincias por el partido socialista. Una valoración equilibrada de la propuesta debe asumir la fragmentación política y social en la que devino el proceso neoliberal de la década de los 90. Hay que enfrentar este dato de la realidad con inteligencia y confiando en nuestras propias convicciones. La reparación no la podemos realizar solos. Y es claro que para emprender tareas como esta se necesitan, además de inteligencia, coraje y valor cívico.
La fragmentación es un drama nacional. Nuestro partido convoca a la unidad de un bloque progresista y a todos los sectores democráticos y antihegemónicos para conciliar objetivos en todo el territorio nacional, bajo la bandera del desarrollo económico-social, la transparencia y la democratización de todas las esferas sociales. Todo este movimiento debe estar cimentado en un programa que genere la esperanza capaz de movilizar toda la energía social. Que los nombres propios no sean una excusa para no enfrentar a un adversario que de vencer en octubre agravará los problemas y alejará las soluciones.
Oponerse a una estrategia electoral, que en función de su capacidad de representar electorados diferentes y sin sacrificar nuestra idea acerca de los que es necesario hacer en el país, nos permitiría triunfar en octubre, invocando el argumento de que eventuales acuerdos circunscriptos a territorios específicos podrían desperfilar el programa del frente nacional, es dudar de la capacidad de socialistas y radicales de mantenerse fieles a sus convicciones. Que no fuéramos por esa razón juntos, sería un error histórico. Que nos enfrentemos, sería imperdonable.
RICARDO ALFONSIN
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